Sofía Helena Vargas Marulanda nació en Cali, Valle del Cauca, el 3 de marzo de 1934 (falleció en Cali, Valle del Cauca, el 7 de febrero de 2011), fue una cantante colombiana, más conocida como Helenita Vargas o La Ronca de Oro.
Helenita vivió en el barrio de Santa Rosa de Lima. Se dice que no fue buena estudiante y que aprendió a cantar primero que leer. Le apasionaron los tangos y los boleros, aunque se hizo famosa cantando rancheras.
Su mamá, doña Susana Marulanda, conservadora y muy religiosa, impuso una disciplina de hierro en su casa, y aunque le gustaba el tango, no veía bien que Sofía Helena, con apenas cinco añitos, cantara rancheras bajo un kiosko de la finca junto a un trabajador que tocaba la guitarra.
Cumpliendo con la costumbre de la época, fue a parar al internado del colegio María Auxiliadora de las hermanas salesianas en Bogotá. Estando allí, cuando subía a cantar en eventos, se hacía llamar Rosita Linares. Con varios años perdidos y aprovechando la fatídica noticia de la muerte de su hermano más querido, Alberto, la pequeña artista regresó a Cali sin haber terminado cuarto de bachillerato.
Ya corría 1948 cuando sus padres decidieron matricularla en el Conservatorio y en el Instituto Popular de Cultura, pero de allí la echaron a los pocos días porque Helenita se negaba a leer partituras, según recuerda su hermana más cercana, Alicia, quien decidió quedarse en el internado vistiendo hábitos por más de 50 años.
Por esa época Helenita se dio a conocer en la alta sociedad caleña. Siempre que podía, cargaba la guitarra y cantaba en las reuniones, incluso alcanzó a dar un par de serenatas a sus amigos, pero fue tal vez su participación en el Concurso Nacional de Belleza, en 1951, lo que la hizo aún más popular. Ya había recibido la bendición de su gran ídolo, Agustín Lara, en el Hotel Alférez, así que concursar por ser la Señorita Cali solo le sirvió, como ella misma lo contó después, para darse cuenta de que el público la quería.
En su camino a ser cantante, Helenita se tropezó con su primer amor, Hernán Ibarra, un importante político y abogado brillante que trabajó al lado de Jorge Eliécer Gaitán. Algunos dicen que la niña, de apenas 17 años, se enamoró y por ello decidio casarse a escondidas con el papá de su mejor amiga a pesar de que la doblaba en edad; otros sostienen que optó por volarse con él buscando zafarse de las imposiciones de su mamá.
Lo cierto es que el 28 de diciembre de 1951, en la Iglesia San Fernando y con papeles que el abogado falsificó para que ella cumpliera el requisito de los 21 años, se casaron a escondidas.
Así empezaron los seis años más duros de Helenita.
El escándalo fue comidilla de toda la ciudad. Su familia la censuró y, desde la misma luna de miel, descubrió que su marido era maltratador y mujeriego. Después de varios abortos involuntarios, se armó de valor para devolverse a la casa de sus padres estando embarazada.
El ambiente no fue el mejor, pero solo la felicidad por la grabación de su primer disco en Medellín y el nacimiento de Pilar, la llenaron de valor para soportar la avalancha de críticas y la descalificación de su mamá.
Su vida empezó a cambiar: con ese primer acetato, bajo el Sello Vergara, con las canciones Prisma de ilusión y Espejito compañero, tuvo éxito y por esos días conoció al amor de su vida, Gonzalo Zafra, un médico apuesto, de familia muy prestante, pero con una marca que Helenita también tenía: era separado. Por eso decidieron huir hacia Bogotá, convencidos de que allí podrían vivir su amor, lejos de la censura de la sociedad caleña. A los pocos años regresaron y se insertaron en la vida de la ciudad.
La historia de amor fue casi de novela. Compartían su gusto por la música; él se inclinaba por la salsa y el jazz, ella por el tango y el bolero; los dos eran bohemios. No solo se amaron, sino que él se convirtió en el compañero ideal para que Helenita siguiera su sueño de ser cantante.
En 1968 Sonolux, a la caza de nuevos talentos, la buscó para grabar. El sencillo Estoy enamorada le hizo ganar al año siguiente su primer disco de oro y el mote que la distinguiría por siempre: La ronca de oro.
A partir de ese momento fue imparable. “A ella le gustaba el tango, pero sus productores descubrieron su conexión con la música ranchera y arrabalera y su fuerza en el escenario y la enrutaron por ahí. Helenita fue construyendo su estilo”, recuerda Luis Guillermo Restrepo, uno de sus grandes amigos.
El éxito y la fama solo se vieron empañados por la muerte de su padre y por la censura que aún había en parte de la sociedad caleña porque Helenita y Gonzalo nunca se casaron.
Las siguientes tres décadas serían su época dorada. A pesar de las críticas por su estilo, por no tener una gran voz y por los constantes rumores de sostener amoríos con todo tipo de personajes públicos, desde expresidentes, políticos, hasta sus mánagers, Helenita fue la reina indestronable de la ranchera. El público la amó sin reservas y ella se pavoneó feliz por el mundo con sus lentejuelas y su cabellera coqueta llevando la música popular a su más alta expresión.
Su carrera artística duro más de 50 años.
Su mamá, doña Susana Marulanda, conservadora y muy religiosa, impuso una disciplina de hierro en su casa, y aunque le gustaba el tango, no veía bien que Sofía Helena, con apenas cinco añitos, cantara rancheras bajo un kiosko de la finca junto a un trabajador que tocaba la guitarra.
Cumpliendo con la costumbre de la época, fue a parar al internado del colegio María Auxiliadora de las hermanas salesianas en Bogotá. Estando allí, cuando subía a cantar en eventos, se hacía llamar Rosita Linares. Con varios años perdidos y aprovechando la fatídica noticia de la muerte de su hermano más querido, Alberto, la pequeña artista regresó a Cali sin haber terminado cuarto de bachillerato.
Ya corría 1948 cuando sus padres decidieron matricularla en el Conservatorio y en el Instituto Popular de Cultura, pero de allí la echaron a los pocos días porque Helenita se negaba a leer partituras, según recuerda su hermana más cercana, Alicia, quien decidió quedarse en el internado vistiendo hábitos por más de 50 años.
Por esa época Helenita se dio a conocer en la alta sociedad caleña. Siempre que podía, cargaba la guitarra y cantaba en las reuniones, incluso alcanzó a dar un par de serenatas a sus amigos, pero fue tal vez su participación en el Concurso Nacional de Belleza, en 1951, lo que la hizo aún más popular. Ya había recibido la bendición de su gran ídolo, Agustín Lara, en el Hotel Alférez, así que concursar por ser la Señorita Cali solo le sirvió, como ella misma lo contó después, para darse cuenta de que el público la quería.
En su camino a ser cantante, Helenita se tropezó con su primer amor, Hernán Ibarra, un importante político y abogado brillante que trabajó al lado de Jorge Eliécer Gaitán. Algunos dicen que la niña, de apenas 17 años, se enamoró y por ello decidio casarse a escondidas con el papá de su mejor amiga a pesar de que la doblaba en edad; otros sostienen que optó por volarse con él buscando zafarse de las imposiciones de su mamá.
Lo cierto es que el 28 de diciembre de 1951, en la Iglesia San Fernando y con papeles que el abogado falsificó para que ella cumpliera el requisito de los 21 años, se casaron a escondidas.
Así empezaron los seis años más duros de Helenita.
El escándalo fue comidilla de toda la ciudad. Su familia la censuró y, desde la misma luna de miel, descubrió que su marido era maltratador y mujeriego. Después de varios abortos involuntarios, se armó de valor para devolverse a la casa de sus padres estando embarazada.
El ambiente no fue el mejor, pero solo la felicidad por la grabación de su primer disco en Medellín y el nacimiento de Pilar, la llenaron de valor para soportar la avalancha de críticas y la descalificación de su mamá.
Su vida empezó a cambiar: con ese primer acetato, bajo el Sello Vergara, con las canciones Prisma de ilusión y Espejito compañero, tuvo éxito y por esos días conoció al amor de su vida, Gonzalo Zafra, un médico apuesto, de familia muy prestante, pero con una marca que Helenita también tenía: era separado. Por eso decidieron huir hacia Bogotá, convencidos de que allí podrían vivir su amor, lejos de la censura de la sociedad caleña. A los pocos años regresaron y se insertaron en la vida de la ciudad.
La historia de amor fue casi de novela. Compartían su gusto por la música; él se inclinaba por la salsa y el jazz, ella por el tango y el bolero; los dos eran bohemios. No solo se amaron, sino que él se convirtió en el compañero ideal para que Helenita siguiera su sueño de ser cantante.
En 1968 Sonolux, a la caza de nuevos talentos, la buscó para grabar. El sencillo Estoy enamorada le hizo ganar al año siguiente su primer disco de oro y el mote que la distinguiría por siempre: La ronca de oro.
A partir de ese momento fue imparable. “A ella le gustaba el tango, pero sus productores descubrieron su conexión con la música ranchera y arrabalera y su fuerza en el escenario y la enrutaron por ahí. Helenita fue construyendo su estilo”, recuerda Luis Guillermo Restrepo, uno de sus grandes amigos.
El éxito y la fama solo se vieron empañados por la muerte de su padre y por la censura que aún había en parte de la sociedad caleña porque Helenita y Gonzalo nunca se casaron.
Las siguientes tres décadas serían su época dorada. A pesar de las críticas por su estilo, por no tener una gran voz y por los constantes rumores de sostener amoríos con todo tipo de personajes públicos, desde expresidentes, políticos, hasta sus mánagers, Helenita fue la reina indestronable de la ranchera. El público la amó sin reservas y ella se pavoneó feliz por el mundo con sus lentejuelas y su cabellera coqueta llevando la música popular a su más alta expresión.
Su carrera artística duro más de 50 años.